07/03/2021 Revista Viva - Nota - Información General - Pag. 10

+ LIBERTAD – MANDATOS
MARIA FLORENCIA PEREZ
Día Internacional de la Mujer. Ser linda, ser madre, ser delicada, ser de la casa: el neofeminismo vino a quebrar las imposiciones que oprimen a las mujeres históricamente. ¿Cuáles siguen pesando al día de hoy?

Dice la escritora francesa Virgine Despentes que la feminidad es el arte de ser esclavo.
El término no resulta exagerado en tiempos en que se discuten mandamientos tácitos que las mujeres asumen desde hace siglos. Ellas aprenden a sentir vergüenza del propio cuerpo, culpa por no poder con todo, ansiedad por la mirada aprobatoria ajena.
Hay violencia y maltrato psicológico naturalizado en los imperativos que atraviesan la vida doméstica, sexual, familiar y social de las mujeres.
La buena noticia es que estas imposiciones socioculturales están siendo cuestionadas. El devenir de los tiempos y cuatro olas de feminismo las han ido horadando. “La maternidad, por ejemplo, como lugar natural, fue incuestionable hasta la píldora anticonceptiva.
El rol pasivo de la mujer en la vida política fue inamovible hasta que las guerras mundiales del siglo XX las convirtieron en fuerza de trabajo. Y así las mujeres pudieron tener una vida fuera de sus casas”, explica Gabriela Margall, coautora de La historia argentina contada por mujeres (Ediciones B).
Los imperativos no son inmóviles, sin embargo se tienen que dar ciertas condiciones para trascenderlos: “Si no se producen movimientos de crítica social no es posible discutirlos, alguien debe señalar que ejercen una violencia específica contra un determinado grupo.
Una vez que algo es señalado como ‘mandato’ ya comienza a ser cuestionado”, explica Margall, quien distingue a esta cuarta ola de feminismo que estamos viviendo ya no por reclamar derechos o espacios, sino por criticar directamente la sociedad patriarcal.
La pelea por un mundo en donde las mujeres tengan espacio para menos “deber” y más “ser” se da un diversos ámbitos y con diferentes resultados.

La maternidad como realización “Es egoísta”, “vive para sí misma”, “está destinada a la soledad”. Las mujeres que eligen no tener hijos quedan en el foco de este tipo de prejuicios o, en el mejor de los casos, de un estado de incredulidad ante la sospechosa ausencia de su “instinto materno”. Aún en el siglo XXI, los cuestionamientos a las “desobedientes” persisten.
“No es lo mismo decir que para ser madre se necesita ser mujer, que decir que para ser mujer se necesita ser madre.
Sin embargo, en nuestra sociedad esto se llega a equiparar”, apunta Soledad Gil, doctora en Ciencias Sociales.
Aunque cada vez se entienda más que “la biología no es destino”, tal como subraya esta investigadora, todavía tienen vigencia mitos y estructuras sociales que no permiten superar este mandato.
Por ejemplo, este imperativo, que está muy asociado al concepto del amor romántico, continúa cimentando la idea de la mujer que se “realiza” a sí misma en una maternidad idílica, libre de las contradicciones y las ambivalencias que tiene el rol en la vida real.
Frases como “madre hay una sola” no sólo idealizan la figura materna, sino que también sentencian cómo ser madre, y prescriben la entrega absoluta y la abnegación como condiciones inherentes a la maternidad.
“La institución de la maternidad impone la idea de que una madre es una mujer que tiene que relegarse, dejarse para después”, aporta Soledad Gil. Y agrega: “El cuidado siempre lo pensamos hacia otros. Las mujeres hemos sido despojadas del derecho a nosotras mismas”.
Las “supermamás” que transitan entre la vida pública y privada cerrando un informe de la oficina mientras hacen la lista mental de los útiles que hay que comprar para la escuela padecen el fenómeno conocido como “piso pegajoso”: terminan estancadas en puestos laborales por debajo de sus aptitudes.
Sin embargo, el presente no es tan desalentador: Gil ve, sobre todo a partir del debate y la sanción de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, la aparición de discursos que rebaten este mandato como destino biológico. Consignas como “la maternidad será deseada o no será” dan testimonio de ello.
La forma de maternar también está siendo revisada gracias a las nuevas formas de pensar las masculinidades. Sin embargo, queda mucho por hacer para romper con imperativos a los que los varones mismos están sometidos.
“Hay que trabajar sobre la falsa idea de que el tiempo de cuidado no es tiempo productivo (que es algo que a ellos no se les permite tener). El cuidado es lo que tiene que estar en el centro de la vida y no la economía”, opina la especialista.
Generar licencias de paternidad más extensas también son ejemplos de políticas públicas para revertir la enorme inequidad que hay entre hombres y mujeres frente al cuidado de los niños.

El hogar como escenario Barrer, trapear, ordenar, lavar, cepillar, planchar y cocinar no son tareas históricamente asignadas a las mujeres. Sin embargo, fue hace muy poco que los jefes de marketing de las marcas de productos de limpieza empezaron a tomar nota de un cambio de época y tímidamente han ido incluyendo a los varones en sus anuncios tradicionalmente estructurados sobre la épica cruzada de las amas de casa contra las manchas.
En la división sexual del trabajo, las mujeres abocadas al ámbito privado (tareas domésticas y de cuidado) y los varones al ámbito público, se encuentra una de las explicaciones a esta cuestión. “Se trata de la construcción de un orden social y cultural que lleva siglos”, advierte la psicóloga doctorada en sociología Mónica Navarro.
Afortunadamente, la inequidad con que se distribuyen las tareas domésticas es uno de los temas claves sobre los que trabajan los feminismos. “Hoy sabemos que el trabajo en el hogar desarrollado por las mujeres es la base de una economía invisible que sostiene el mundo”, explica Navarro, coautora de La gerontología será feminista (Editorial La Hendija).
Sin embargo, la visibilización de un imperativo cultural está muy lejos de implicar su quiebre. Según datos del INDEC, las mujeres argentinas dedican el doble de tiempo a las tareas de cuidado que los varones. Y una encuesta realizada por UNICEF Argentina al comienzo de la pandemia arrojó que el 71 por ciento de las labores del hogar eran realizadas por las mujeres.
El aislamiento social preventivo, sin las clases presenciales y con la prohibición de circular de quienes hacen el trabajo doméstico de forma rentada, evidenciaron aún más la injusta distribución de estas actividades puertas adentro.
Navarro advierte la vigencia de sanciones sociales no explícitas: “La culpa por no cumplir los mandatos es uno de los efectos subjetivos más habituales en las mujeres. Existe un doble discurso: por un lado, liberarlas de los roles domésticos; por otro,culpabilizarlas si lo que esas tareas implican no resulta tal como lo esperado”.
El mandato del trabajo doméstico no remunerado alcanza al cuidado de los hijos pero también al de los adultos mayores. Sigue siendo lo más frecuente que sean las hijas y no los hijos quienes se ocupen de sus padres en la vejez.
“Es que somos socializadas en un modelo que está basado en la premisa de ser para otros. El cuidado propio nos parece un lujo que no merecemos. Y cuando nos corremos de algunas de estas tareas, es otra mujer la que las realiza. Las mujeres de clase media que accedieron a empleos delegan las tareas hogareñas o de cuidado en mujeres de menores recursos que aceptan condiciones laborales precarias, en muchos casos. Por eso hablamos de un feminismo que abogue por un mundo que no necesite explotar a ninguna para funcionar”, explica Navarro.

Los límites del goce Sexy pero no demasiado atrevida. Seductora pero nunca zafada. Insinuante, sí. Cruda, directa e impúdica, jamás. La liberación sexual de los años ‘60 y ‘70 trajo, junto con la píldora anticonceptiva, enormes cambios para las mujeres en materia sexual, aunque la independencia lograda no fue en términos absolutos. En este terreno aún hoy sus derechos no son equiparables con los de los varones.
“La sexualidad femenina siempre estuvo ligada a la reproducción. Todo lo que tenía que ver con el goce y el placer pertenecía al universo de los hombres.
Esto está muy conectado a las bases patriarcales de nuestra sociedad, pero también a las religiones y las creencias.
Instituciones como la escuela acompañaban esas ideas tan arraigadas”, analiza la cientista de la Educación especializada en Educación Sexual Integral (ESI), Bárbara Riveros.
Ellos siempre pudieron gozar de su sexualidad, exhibirla, exponerla, mostrarla con jactancia. Ellas, aún hoy, cuando el placer femenino gana espacio en los medios y en las redes, muchas veces deben moderarse para evitar algún tipo de condena social.
“Nuestros derechos no son los mismos que los de los varones en la esfera pública, en los medios o en la publicidad: seguimos apareciendo como objetos de deseo de ellos y no como sujetos deseantes”, aporta Riveros.
En ese contexto es que todavía se promociona la figura de la geisha, de la amante devota y sacrificial tal como instruyen miles de páginas publicadas en revistas femeninas desde hace décadas con títulos como “Consejos para volverlo loco en la cama” o “Descubrí el punto G de tu chico”.
¿Pero qué pasa cuando ellas no quieren, no desean, no tienen ganas? Incumplen su deber, son patologizadas, acusadas de frígidas, deben tratar su “enfermedad”.
“Por suerte el concepto de frigidez quedó demodé. Entre los menores de 30 ya no se usa tanto porque se piensan otras formas de vincularse no monogámicas, no necesariamente heterosexuales”, afirma la especialista.
Riveros encuentra en la ESI, que aborda la sexualidad como un todo que incluye los derechos, las emociones, el estado psicológico y el contexto sociocultural de las personas, una forma de trascender mandatos enquistados en generaciones anteriores: “Yo tengo 38 años y la escuela nunca me habló de la relaciones sexuales para gozar sino para la reproducción. La ley de ESI dio un vuelco muy grande que permitió estos cambios. El desafío ahora pasa porque a 15 años de su sanción se aplique como se debe en todas las instituciones”.

Cuerpo perfecto y espíritu dócil Sudar la culpa de ese alfajorcito furtivo sobre la cinta del gimnasio, contar calorías con precisión científica y mirar con ilusión el antes y el después de la influencer que se sometió a la última dieta de moda son rutinas naturalizadas por muchísimas mujeres en una Argentina que ostenta los primeros puestos entre los países con más patologías alimentarias.
El fascismo del cuerpo pega fuerte por estas latitudes. Entre el 12% y el 15% de los adolescentes padecen de anorexia o bulimia nerviosa. Y la cuestión de género es determinante: el 90% de los afectados son mujeres.
“No es casual, nosotras partimos de una base desigual, hemos sido históricamente el segundo sexo, nunca tuvimos los mismos derechos que los varones.
Entonces cuando pudimos pasar del ámbito privado al público, siempre tuvimos más exigencias que ellos, muchas de las cuales se abocaron a nuestra corporalidad: esta idea de que la belleza nos abre puertas”, reflexiona Mercedes Estruch, integrante de Anybody, ONG que trabaja para concientizar sobre el odio corporal.
Hacer que el cuerpo encaje en las medidas que dicta el modelo de belleza hegemónico es casi siempre una tarea quimérica, un trabajo ilusorio con dedicación 24x7 al que muchas feministas denuncian como un mecanismo de control social hacia las mujeres. La que está obsesionada en contraer sus medidas, amoldarse y achicarse, no protesta, no lucha: desocupa un espacio que le cede a un hombre.
“El mundo de las dietas y el perfeccionamiento físico es un negocio millonario muy relacionado al concepto de la mujer como trofeo. Y no es para cualquiera: está basado en un modelo hegemónico de belleza asociado a los rasgos europeos, o sea que es racista. Y también es clasista: ser parte de la cultura de las dietas es un símbolo de estatus, hay que poder acceder a ciertos alimentos o a ejercicios muy exclusivos que el mercado instala y se ponen de moda”, explica Estruch.
Por eso, el mandato del cuerpo perfecto oprime a todas las mujeres, pero a las que se encuentran en las capas socioeconómicas más bajas todavía más.
Las razones son dos: por un lado, las excluye, y por el otro les plantea un objetivo aspiracional que no pueden alcanzar porque carecen de los recursos materiales para lograrlo.
Está en nuestro ADN patriarcal: las altas dosis de sometimiento y voluntad que requiere entrenar el cuerpo, también han resultado cruciales a lo largo de la historia en que las mujeres han debido domesticar su temperamento.
El “No digas groserías”, “Comportate como una señorita” o “No levantes la voz” fijan el imperativo de ser delicada, “femenina”, dócil y afectuosa.
Esto se expresa claramente en el mundo del deporte. Hasta hace muy poco tiempo, ellas estaban vedadas de participar en cualquier actividad que requiriera fuerza y agresividad.
Los avances en deportes populares, como el fútbol, dan cuenta de que el estigma de la machona que juega a la pelota se empieza a relativizar. También en la crianza de las nuevas generaciones comienza a revertirse la división de juegos para nenas y nenes. El deber ser del temperamento parece más maleable que el del cuerpo que resiste estoico los embates del feminismo: “El éxito del imperativo de la delgadez pasa por el hecho de que se internalizó en los individuos y cada mujer se convirtió en su propia opresora”, apunta Estruch. Y agrega: “Lo gordo es sinónimo de lo enfermo y lo flaco, de lo sano.
Lamentablemente, falta mucho para que aceptemos la real diversidad”.



3 LIBROS

No cumplir ningún mandato, cuestionarlos todos o repensar las ideas recibidas sobre el sexo.

TEORIA KING KONG VIRGINIE DESPENTES, 2007 Hoy el manifiesto de esta francesa ya es un clásico para el neofeminismo.
Lo escribe “una proletaria de la feminidad” que no cumple con nada de lo que se considera “bueno” para una mujer occidental.

EL FIN DEL AMOR. QUERER Y COGER EN EL SIGLO XXI TAMARA TENENBAUM, 2019 Un balance a los 30 años de los mandatos recibidos a la luz del nuevo feminismo. Sexo y amor reinventados. Ya va por la séptima edición.

CARNAVAL TODA LA VIDA LIC. CECILIA CE, 2020 El libro que busca disipar dudas y prejuicios sobre la sexualidad femenina (incluso en el embarazo y en el post parto). Para “vinculearse” mejor.


3 SERIES
La liberación total, las vicisitudes de ser madre, esposa y trabajar y el desafío de superar prejuicios.

UNORTHODOX
NETFLIX, 2020
Esty es una chica de 19 años que vive en una comunidad jasídica neoyorquina, que le tiene la vida programada: casamiento, hijos, casa. Todo. Pero ella huye a vivir a Europa una vida incierta.

MADRES TRABAJADORAS
NETFLIX, 2017
Filmada en Toronto (Canadá), aquí se hace foco en parejas de madres treintañeras, que tienen que repartirse entre casa, trabajo y bebés...

LAS CHICAS DEL CABLE
NETFLIX, 2018-2020
Cuatro amigas en la Madrid de 1928 entrando a trabajar en una empresa de telefonía. La serie muestra la misoginia y el machismo que tuvieron que superar para ser consideradas trabajadoras.



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